“Al igual que el remitente de una carta no debe sorprenderse si el asistente del destinatario la abre, la gente que usa correo electrónico basado en web no puede sorprenderse si sus correos son procesados por [el proveedor de correo] del destinatario en el momento de la entrega. En efecto, ‘una persona no tiene expectativas de privacidad en la información que, de manera voluntaria, ofrece a terceras partes’”.
Dichas palabras salen de la defensa de Google ante un juicio por recolectar información de los usuarios, y, por supuesto, las organizaciones en defensa de la privacidad no han tardado en poner el grito en el cielo, y de manera acertada han señalado que el símil entre el correo convencional y el correo electrónico no es el adecuado: es como si el cartero abriese nuestra correspondencia y metiese hojas de publicidad dependiendo de lo que leyese.
También es cierto que Google lleva desde el principio esgrimiendo la misma defensa: todo el proceso de lectura de correos está automatizado, y ningún humano puede leer nuestro correo. Claro que, desde que esta justificación apareció por vez primera, hemos visto muchas revelaciones que indican lo contrario, como el programa PRISM que permitiría al gobierno de los EEUU acceder directamente a los correos guardados en servidores de Google y otras compañías.
En todo caso, toda esta polémica no sirve de mucho, ya que si hay algo que nos debería quedar claro desde el principio es que no podemos esperar ningún tipo de privacidad usando productos de Google. ¿Es eso algo tan malo como para dejar de usar sus servicios? Para mucha gente sí, pero la verdad es que para la mayoría (entre la que me encuentro), aparentemente, no.
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